lunes, 19 de mayo de 2008

Ibra Kadabra

El Inter de Milán se agarró a la calidad de su máxima estrella, Zlatan Ibrahimovic, para lograr el tercer Scudetto consecutivo y poner el broche de oro a sus cien años de historia

A las 15:00 horas de ayer, los futbolistas del Inter de Milán sentían un peso abrumador sobre sus hombros. En las dos últimas semanas habían dejado escapar el triunfo y, en consecuencia, el título de Liga. Especialmente cruel fue el empate de la última jornada, en Siena. A falta de pocos minutos para el final, y con empate a uno, el árbitro decretó penalti a favor del Inter. Cruz, dispuesto a asumir el riesgo, se encontró con un gran e inesperado obstáculo. Su compañero Marco Materazzi, conocido sobradamente por sus estridencias y patadas al tobillo, quería toda la gloria para él. No le pidió el balón, directamente se lo quitó. Materazzi se salió con la suya y lanzó el penalti. Pero falló. El título se escapaba momentáneamente y habría que esperar siete días más, a la última jornada de Liga, la de ayer.

Con el fallo de Materazzi, los aficionados 'neroazurros' comenzaron a temerse lo peor. Conociendo el historial de 'pupas' que ha perseguido a su equipo durante toda la historia no era para menos. La única institución futbolística en el mundo capaz de realizar disparates tan sonados como malvender a Roberto Carlos al Real Madrid por "carecer de futuro futbolístico", o de desechar a Pirlo por considerar que Emre "es mucho mejor" -entre otras desgracias- era capaz de tirar toda una temporada de dominio absoluto por la borda en apenas tres jornadas, y a nadie le sorprendería. Ya le ocurrió en el año 2000, cuando cayó en casa del Lazio en la última jornada y perdió un título que acariciaba semanas antes.

Pero vayamos a lo de ayer. Antes de comenzar el último episodio de la Serie A, la Roma estaba a tan sólo un punto del Inter. Si la Roma ganaba en Catania, el Inter tendría que hacer lo mismo ante el Parma. Catania y Parma se jugaban el descenso, lo que añadía más morbo al asunto. En el Ennio Tardini llovía a cantaros. Césped rápido, estadio lleno. No iba a ser un partido fácil para el Inter de Milán. El Parma moriría matando. Por si fuera poco, Vucinic adelantó pronto a la Roma. A las 15:20 horas, el Scudetto se marchaba a la 'ciudad eterna'. Las botas parecían pesar una tonelada en los jugadores del Inter, incapaces de asomarse a la portería del Parma, tirando a la basura todo el primer tiempo.

Mancini, que desde el banquillo dirige a su equipo con la misma elegancia que cuando marcaba goles, respiraba intranquilo. Su segundo técnico, Sinisa Mihajlovic, otro ex 'neroazurro', se repantigaba inquieto. A pocos metros de ellos, sólo un hombre parecía calmado: Zlatan Ibrahimovic.

Apodado Ibra Kadabra por sus goles imposibles, salió al césped en el minuto 51, listo para resolver el entuerto. En el primer balón que le llegó a las botas, obligó a estirarse al guardameta del Parma. El segundo lo regaló a un contrario. Y el tercero acabó en gol: control orientado, el defensa del Parma se pasa de frenada y un disparo seco, pegado al palo, imposible para el meta local. Golazo. Minutos después, el sueco certificó el decimosexto título liguero para su equipo con otro tanto marca de la casa.



A las 16:45 horas, el delirio se apoderó de los aficionados del Inter, que, ahora sí, olvidaron prejuicios y festejaron el tercer título de Liga consecutivo, algo histórico para la entidad que preside Massimo Moratti. Ibrahimovic convirtió en realidad un Scudetto por el que miles de seguidores interistas temieron durante muchos minutos. Esta vez, el Inter ganó el campeonato italiano sin ningún tipo de discusión. También lo hizo el año pasado, cuando se paseó por todas las ciudades italianas y cantaron el alirón a falta de cinco jornadas para la conclusión del torneo. Sin embargo, fueron muchos los que restaron importancia al título, considerando que la Juventus se encontraba en la Serie B y que el eterno rival, el Milan, comenzó la temporada con -8 puntos. Una campaña antes (la 2005/06), la Liga también fue a parar a las vitrinas interistas por el apaño de partidos que benefició, pero que a la postre perjudicó, a Juve y Milan.

Este curso, ni Juve ni Milan se han acercado a las aspiraciones del Inter. Sólo la Roma ha sido capaz de poner algo de interés a la Liga italiana. La Juve se conformó con asegurar su plaza de Champions -finalizó tercero- y el Milan ni eso; la UEFA será su castigo. Mientras, sus vecinos del Inter sonríen aliviados. El Scudetto ha servido para conmemorar los cien años de historia del club de Moratti. Reyes de Italia, ahora el objetivo vuelve a ser la Liga de Campeones, por lo que, otra vez, el despilfarro económico está asegurado. Y las historias (felices o dramáticas) también.

viernes, 9 de noviembre de 2007

De golfo a internacional

Dani Güiza disfruta ahora de una vida feliz. Una felicidad que se ha labrado a base de goles. Consagrado en Primera y a la espera de un hijo, ayer vivió “el sueño de todos los españoles”. El camino, sin embargo, no le ha sido nada fácil.

Criado por una “familia humilde y de chabolas”, como en alguna ocasión reconoció medio en serio medio en broma, fue un chaval de la calle. Los estudios no le interesaron; el balón, sí. Por eso Güiza le debe mucho al fútbol. También a Quique Pina, ex presidente del extinto Ciudad de Murcia.

El Mallorca se fijó en él con apenas 20 años. Procedía de las categorías inferiores del Xerez. En su ciudad natal se había hinchado a marcar goles. Poco después, debutó en Primera contra el Espanyol en Son Moix. Su juventud, sin embargo, le pasó factura. La noche, aquella de la que una vez dijo “que confunde a los futbolistas”, frenó su progresión.

En Mallorca no le fue especialmente bien. Incluso, llegó a reconocer que en más de una ocasión se quedó dormido en las sesiones de vídeo de Luis Aragonés y de Bernd Krauss. Era evidente que aquello no funcionaba.

Fue cedido al Dos Hermanas, de Segunda B. De allí regresó al Mallorca B, desde donde volvió a dar el salto al primer equipo. Pero la cosa seguía sin funcionar. Fue cedido de nuevo. En un año, dos equipos. Primero, al Recreativo, donde se encontró con Lucas Alcaraz, ahora técnico del Murcia. No se podían ni ver. Así que en diciembre se marchó al Barça B. Toda una locura para la estabilidad de un futbolista. Hasta que apareció Quique Pina.

Pina lo rescató del Mallorca –llegó con la carta de libertad– y devolvió al fútbol a un excepcional delantero. “Le dije que era su última oportunidad para triunfar. O lo hacía en el Ciudad, o ya se podía retirar”, cuenta Pina recordando la etapa del jerezano en Murcia.

El ahora manager general del Granada 74, consciente de que corría “un riesgo” al contratar a un futbolista con especial devoción por la noche, lo presentó ante los medios como “el jugador más golfo del fútbol español”. ¿Era para tanto? “Sí, sí. Totalmente. Su vida, por entonces, era eso: un poco golfa, muy desestabilizada”.

Pina fue un como un padre para Güiza. Confió en él y en Murcia encontró la estabilidad que necesitaba. Güiza se convirtió en un estandarte para el Ciudad. Fue el futbolista más importante en la corta historia del club murciano. Jugó dos temporadas magníficas. Sus goles –37 repartidos en los dos años– salvaron al equipo del descenso a Segunda B... y de la ruina. Güiza fue traspasado al Getafe por 1,2 millones de euros –en ese momento, el fichaje más caro en la historia del club madrileño y el único por el que el Ciudad recibió transferencia económica en ocho años de vida–.

Ángel Torres, presidente del Getafe, llegó a describirlo después “como el mejor definidor de la Liga sólo por detrás de Ronaldo”. Schuster, que lo tuvo como jugador, dijo de él que “a veces llegaba a los entrenamientos con una cara que parecía haber dormido debajo de un puente”.

Un par de años después, de nuevo en Mallorca y con Nuria Bermúdez como pareja, viajará con la Selección con la humildad de sus orígenes, con sus “botas, las espinilleras y el Cristo de los gitanos”.

Un misterio sin resolver



Hay algo en el Valencia y en Valencia que huele a misterio. Y no se sabe muy bien qué es. Quique Sánchez Flores fue su última víctima. En su última rueda de prensa como técnico valencianista, se despidió con una frase solemne, que dejó bien claro la angustia continua que vivió durante el último año y medio. Casi un calvario. “A día de hoy, tengo la sensación de que pierdo un cargo pero recupero una vida, que es lo más importante”.

A Quique lo sentenciaron sus aficionados. Descontentos con el juego del equipo, Mestalla fue un clamor durante varios partidos: “¡Quique, vete ya!”, repetían incesantemente. Juan Soler, el presidente del club, atendió la petición. Y Quique ganó una vida. Anteriormente la habían recuperado Cúper, Ranieri y Rafa Benítez. Todos, en mayor o menor medida, disfrutaron de una época de esplendor, y ganaron títulos. Todos acabaron en la calle.

No hay éxito que valga en Valencia. Por muy difícil que parezca, no bastaron los triunfos. Las luchas internas, los conflictos, las discusiones, las quejas, las insatisfacciones están a la orden del día.

El Valencia es un club que vive sometido a una tensión continua. Un club que hace dos temporadas malvendió a un futbolista de la talla de Aimar, que dejó escapar gratis a Ayala y que en los últimos diez años ha contado con tres presidentes distintos. Tanta bronca, tanto ruido, tanta tensión acaba por pasar factura. La falta de estructura es evidente. En la plantilla de este curso conviven jugadores fichados por el anterior director deportivo, Amadeo Carboni, –Hildebrand, Mata o Sunny–, otros por Quique –Arizmendi, Alexis o Helguera– y otros por el actual director deportivo, Miguel Ángel Ruiz –Manuel Fernandes (18 millones, y hasta ahora un fiasco) o Zigic (17 millones, otro fracaso).

Ahora se están pagando los platos rotos. La sociedad es incapaz de sostenerse. Con la llegada de Ronald Koeman nada ha cambiado. Las estrepitosas derrotas ante el Real Madrid (1-5) y el Rosenborg (0-2) dirigieron las críticas hacia el presidente. Son las consecuencias de una sociedad autodestructiva que se empeña en castigarse continuamente.

En los últimos ocho años el Valencia ganó la Liga en dos ocasiones, levantó una Copa, una Copa de la UEFA y jugó dos veces la final de la Liga de Campeones, competición en la que siempre ha dado la talla entre los mejores. La afición del Valencia, sin embargo, lejos de disfrutar de esa etapa de oro, vive peleada con su equipo. No confía en sus entrenadores, por muy distintos que sean o por mucho que triunfen. Suele estar casi siempre descontenta con el juego y los resultados, se gane o se pierda. ¿Qué más quieren? Es un misterio que a día de hoy continúa sin resolverse.

miércoles, 31 de octubre de 2007

El alma del Espanyol

La última vez que el Real Murcia visitó Montjuic fue un día difícil para el Espanyol. Último partido de Liga. Temporada 2003/04. Aquel partido pudo cambiar la historia reciente del equipo catalán. Necesitaban ganar para no descender a Segunda. El Murcia hacía semanas que no se jugaba nada: ya estaba descendido. Durante 70 minutos el Espanyol rozó el infierno. Hasta que apareció el ídolo perico.

Tamudo salvó a su equipo de un destino cruel y de su futuro más inmediato. El descenso hubiese obligado al Espanyol a vender, no sólo al máximo goleador de toda su historia, sino también a su jugador más importante en 107 años de vida.

El chaval que un día no quiso el Barcelona lleva ahora más de 115 tantos en Primera. Sólo Raúl y Morientes, como jugadores en activo, han cantado más goles. Pero Tamudo tiene una ventaja sobre ellos: es el único que en las últimas ocho temporadas ha alcanzado o superado los diez goles.

Con 12 años fichó por el club que ahora sigue defendiendo y queriendo. En un deporte cada vez más mercenario como el fútbol, donde el dinero prima por encima de los sentimientos, pocos futbolistas se han sentido tan identificados con su equipo como Tamudo. En el 2000 el Glasgow Rangers, en busca de una estrella, le hizo la oferta de su vida, y entre lágrimas –literal– se marchó a negociar a Escocia. Finalmente no firmó porque se decía que sufría una lesión de rodilla. Luego, él siguió a lo suyo: haciendo grande al Espanyol. Y desoyendo ofertas: Sunderland, Villarreal, Atlético o el propio Barça (Rossell se lo quiso llevar en 2003).

Después de ser decisivo en las dos finales de Copa del Rey vencidas por el Espanyol (2000 y 2006), el año pasado contribuyó con sus goles europeos a llevar al equipo perico a la final de la Copa de la UEFA frente al Sevilla, que perdieron por penaltis.
Tamudo es un futbolista en vías de extinción. A simple vista parece un jugador frágil. Nada le distingue en especial. No es especialmente rápido, ni fuerte, ni excesivamente habilidoso. Su normalidad y su inteligencia son sus principales señas de identidad. Sus goles salvaron al Espanyol de más de un desastre, como el anotado frente al Murcia, y ayudaron a ganar títulos. Todo ello no le ha servido para que se le considere como uno de los mejores jugadores de la Liga, quizá por la normalidad que siempre ha presentado en su imagen y en su juego.

Toda su carrera ha sido un solitario ejercicio de astucia y precisión. A sus 30 años, el de Santa Coloma es un jugador casi único camino de convertirse en una leyenda para todo el españolismo.

lunes, 8 de octubre de 2007

El infortunio de Cúper

A nadie le extrañaría que Héctor Cúper hubiera nacido en Roma, Nápoles, Turín o Livorno, en cualquier ciudad de Italia. Pero no. Nació en Santa Fe, una ciudad del centro de Argentina, turística y de gente cálida. Y, sin embargo, a Cúper siempre se le ha distinguido una imagen seria, trabajadora, sobria, conservadora. Una imagen que posteriormente refleja en los equipos a los que entrena, que suelen ser un calco de sí mismos. Su sistema siempre se basa en un intenso trabajo, físico y táctico. La prioridad es defender. Arriba hay que ser lo más contundente posibles. Nada de filigranas.

Esa imagen, añadida a su fenomenal trabajo en Lanús, Mallorca y Valencia, le llevaron a entrenar, en 2001, a una de las sociedades futbolísticas más importantes del mundo: el Inter de Milán. Sin embargo, a pesar de su perfil italiano, la suerte siempre le ha dado la espalda en las grandes citas, en los momentos cumbre.

El mal fario de Cúper se remonta ya en su primera temporada como técnico. Hablamos de 1992. Entonces, colgó las botas en Huracán y pasó a ser su entrenador. En el último partido de Liga a Huracán le bastaba un empate para ser campeón. Pero perdió, y la afición se consoló con el segundo puesto. Luego se marcharía a Lanús, donde obtuvo su primer éxito internacional. Ganó la Copa Conmebol en 1996 –torneo equiparable a la UEFA en Europa–.

En Mallorca se fijaron en él y, en su primer año como preparador bermellón, metió al equipo en la final de la Copa del Rey, final que perdió frente al Barcelona. Pero ese subcampeonato le sirvió para disputar la Supercopa de España, que sí levantó, y la Recopa de Europa, en la que también perdió la final frente a la Lazio de Vieri y Nedved.

De ahí, al Valencia. Llegó a dos finales de la Copa de Europa. Primero frente al Madrid y después contra el Bayern. Se imaginan el resultado: ninguna ganó. Desde entonces, es inevitable asociar a Cúper con el infortunio.

Por eso no es de extrañar que Massimo Moratti se lo llevase al Inter, donde las desgracias se cuentan por miles, como la venta de Roberto Carlos al Madrid, o la de Pirlo al Milan al considerar que ninguno tenía mucho futuro.

En el Inter, Cúper se encontró con Ronaldo, con el que no se llevó precisamente bien. El brasileño llegó a declarar, ya en el Real Madrid, que Cúper casi termina con su carrera. “Dejé el Inter por su culpa y se lo dije en la cara. Conmigo estaba actuando de mala fe”, aclaró.

Ahora en el Betis, las cosas le van relativamente bien. Por lo menos ha conseguido estabilizar en los últimos partidos un conjunto que parecía destinado a la deriva, que salvó el descenso en la última jornada de la pasada temporada y que sigue echando de menos épocas pasadas más alegres.

Ayer, Cúper asistió a su habitual presencia con los medios antes de un partido. En un arrebato de sinceridad –en realidad siempre ha sido sincero–, dijo que “la primera premisa del fútbol es tener la portería a cero”. Por eso, y a pesar de su mala suerte, a nadie le extrañaría que Cúper, en vez de argentino, fuese italiano.


Publicado en El Faro el 7 de octubre de 2007.

martes, 11 de septiembre de 2007

Sidonie son la h...



Sidonie tienen algo. Lo sabes sólo con verlos en el escenario. Yo lo descubrí hace ya cuatro años –concierto Sala Gamma, gira Love Fingers Tour (presentación del Shell Kids). Por entonces estaban más preocupados en montar una especie de espectáculo circense que en ofrecer un buen concierto. Pretendían que de alguna manera se hablase de ellos. Para bien o para mal. Como todos los grupos que empiezan, vamos. Pero si además de toda esa parafernalia se unía un sensacional directo, el resultado no podía ser mejor. Era puro 'Rock&Roll Circus'. Una delicia.

Ahora es distinto. Mantienen la misma actitud y la misma pasión. Eso no cambia. Disfrutan de la misma manera. Pero ya no les hace falta ponerse una cámara de gas, bailar entre el público o quedarse medio en pelotas encima del escenario. Ahora mantienen todo su interés en ofrecer un buen recital. En definitivo, ser mejores músicos aunque sin olvidar sus inicios.

Te enganchan. Aunque no te gusten, te enganchan. Y ahora mucho más que hace cuatro años. El motivo es bien simple. Sus dos últimos discos, Fascinado (2005) y Costa Azul (2007), son en castellano. Ellos son catalanes pero Sidonie (2002) y Shell Kids (2003) fueron grabados íntegramente en inglés. Ahora la peña se sabe casi todas las canciones. Eso les ha ayudado enormemente a ganarse a un público algo más 'mainstream', más accesible. Amén de que las canciones son mucho más directas y de estribillos francamente pegadizos. Es imposible resistirse a cantar ese "Meeeeee tieeeenes fa,fa,fa,fa,fascinado...". Por poner un ejemplo.

Pues el pasado viernes un servidor, el Sr. Nadie, Basilio y respectiva nos gozamos un conciertazo suyo. Evidentemente tocaron la mayor parte de las canciones de su último disco -Costa Azul-, como Nuestro baile del viernes, Mi canción del domingo, Dandy del Extrarradio o Giraluna, con la que comenzaron los bises. Pero tampoco se olvidaron de otros clásicos. Bohéme abrió la fiesta, Bla,bla encadiló a todos, Sidonie Goes To Varanasi sirvió para que Jesús deleitase con el sitar (ver última foto), con Feeling Down fue imposible no botar, o Sidonie goes to Moog fue de las más aclamadas con ese 'tatatatata...tatatata...y su psicodelia. Y no puedo olvidarme de On The Sofa, su supremo temazo con el que cerraron una actuación de diez. Como la canción.

Sidonie se han ganado con su música un lugar entre los mejores grupos españoles del momento. Para mí no hay ninguna duda de que no hay nadie como ellos en el territorio nacional. Todos sus discos son absolutamente recomendables (y sensacionales, ya de paso) y sus directos son...sus directos son la hostia. Como ellos.


Fotos: Cazorla.


Os dejo con el videoclip de On The Sofa. No os lo perdáis.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Hasta siempre, Puerta



24 de abril de 2006. 100 años de sevillismo. Sevilla-Schalke 04. Semifinales de la UEFA. Minuto 100 de partido. Jesús Navas, pegado a la banda derecha, centra el balón a la frontal del área. Renato la deja pasar. Puerta ve llegar el balón. Mientras, piensa: "Es la mía. Va para dentro. Si marcamos, a la final". Poco después se fundía en un abrazo con todos sus compañeros. El Sánchez Pizjuán le vitoreba. ¡¡¡Pueeeeerta, Pueeeeeeerta, Pueeeeeeeerta!!! Los periodistas radiofónicos recuperaban el aliento después de cantar un gol histórico para el Sevilla. Se habían metido en la final de la UEFA.

"Quillo, no quiero pasar a la historia por el gol del Schalke. Tengo sólo 21 años y me queda mucho por hacer", comentaba un humilde Puerta al día siguiente . Y no se equivocaba. Poco después ganarían esa UEFA. Y después, la Supercopa de Europa al Barça. Luego caería otra UEFA. Y una Copa del Rey. Y una Supercopa de España. Y él, indiscutible desde la banda izquierda. Como lateral o como centrocampista. Porque le daba igual. Deboraba rivales con la misma facilidad. Era un portento.


Con 22 años, se encontraba cerca del apogeo de su carrera. Fuerte, rápido, ágil, versátil. Era un atleta con una "zurda de diamante". Era el sueño de cualquier entrenador. Ejemplar sobre el césped y fuera de él. Un ejemplo para futuras generaciones. Como lo hubiese sido para su hijo, Aitor, al que ya nunca podrá conocer y que nacerá en octubre. Es el gran drama de toda esta historia. Puerta era un joven lleno de vida y proyectos. Aitor era el último. Y la vida le ha arrebatado el placer de conocerlo y que el chico, como todos los aficionados al fútbol, disfruten con el juego de Puerta por la banda izquierda en cualquier estadio de fútbol.

Seguro que Puerta murió como todo sevillista hubiese deseado. En el Sánchez Pizjuán, defendiendo la camiseta de su Sevilla, del club de toda su vida, de su alma, dejándose la vida por su afición, luchando por tres puntos más. Murió de blanco. Lo único que eligió mal fue el momento. No era su momento. Todavía no.

Porque la muerte de Puerta nos recuerda que detrás de cada futbolista hay una persona. Como dice hoy Santiago Segurola en MARCA, "un gran jugador, un gran deportista, es un hombre que vive entre grandes riesgos. Está sometido a la máxima tensión y su cuerpo sufre ataques que no soportaría el hombre de la calle".

Difícilmente olvidaré su imagen después del primer desmayo. Sentado sobre el césped, con los brazos sobre las piernas, con una cara entre la incredulidad y la indignación, ladeando la cabeza, diciendo entre labios 'me cago en la puta'. Y luego su forma de abandonar el campo. Acompañado de los médicos, por la banda izquierda, por su banda, con la afición coreando su nombre otra vez, por última vez, -'¡¡Pueeeeeerta, Pueeeeeerta!!- camino del último lugar que vería: el vestuario del Sevilla. El lugar donde se forjaron todos sus sueños. En casa. Y como un mito del sevillismo.



Descansa en paz, Antonio.

jueves, 19 de julio de 2007

El fichaje bomba del verano

No marca goles ni los da. Tampoco es un defensa sobresaliente. Ni siquiera un centrocampista jugón. Principalmente porque no es futbolista. Pero se puede comparar con Henry, Ayala, Saviola o cualquier fichaje mediático de este verano. Porque también ofrece espectáculo. De hecho, si se le compara con alguien, habría que mencionar a los grandes. Maradona o Zidane, por ejemplo. Santiago Segurola es el mejor periodista deportivo de este país, y probablemente uno de los mejores de la historia. MARCA lo acaba de fichar.


¿Se imaginan a Ronaldinho o Messi fichando por el Real Madrid? Pues algo parecido ha ocurrido con lo de Santi... Dicen que su salida ha removido los cimientos de PRISA. Y no me extraña. El País pierde a todo un referente. Pero también la SER. Desde hace un año, Santiago Segurola, sufridor del Athletic de Bilbao, amante de la (buena) música -la que por aquí gusta- y apasionado del baloncesto o el atletismo, dirigía la sección de Cultura del periódico de Polanco. En los siete años anteriores se le pudo leer y disfrutar como Redactor Jefe de Deportes. Aunque muchos quizás le conozcan más a través de sus apariciones en El Larguero, programa del que ha sido colaborador habitual. Ahora habrá que poner Radio MARCA para escucharle.

Segurola llega a MARCA para ayudar al diario a recuperar su identidad perdida en estos últimos años. El que sigue siendo el periódico no gratuito más leído de este país, no deja de perder lectores EGM tras EGM. Una realidad que se ha dejado ver con el cambio de dirección y con el fichaje de Santi.

Particularmente, la noticia me alegra sobremanera. Estamos hablando del periódico con el que más me identifico, el que he hojeado desde que tengo uso de razón y en el que, en un futuro, me encantaría trabajar. Y nos referimos a un periodista que, con cada texto, dignifica un trabajo tan poco valorado como este a base de palabras. Un periodista espectacular.
Os dejo con el que (creo) que fue su último texto en los Deportes de El País. La crónica de la final del Mundial de Alemania: Italia-Francia. Impresionante.

El triunfo de la nada

Italia, campeón gracias a la rueda de penaltis, tras una final dominada por Francia que perdió a Zidane por expulsión

Italia ganó en la rueda de penaltis y Cannavaro levantó la Copa del Mundo. Quedará grabado en el historial del torneo. Se celebrará con entusiasmo en las calles de las ciudades italianas. Con toda seguridad se hablará de los héroes de Berlín y los oportunistas se apuntarán al resultado. Pero que nadie hable de fútbol. Italia no existió. Fue un equipo pequeñito, destinado al olvido. Se refugió en las cuerdas durante una hora. Admitió su enorme inferioridad ante la poderosa Francia que emergió en el segundo tiempo, dirigida por el mejor Zidane de los últimos años. Por el gran Zidane, en suma. Pero en su último partido, el astro francés no salió de Berlín como un héroe. Sus incuestionables méritos fueron destruidos por su agresión a Materazzi en los últimos instantes del encuentro. Al futbolista que nunca pierde el control del juego le traicionó su descontrolada reacción, un flagrante cabezazo al pecho del central italiano, lo último que se recordará de Zidane en un campo de juego. Una pena.

Las prioridades de italianos y franceses suelen relacionarse con el cumplimiento de las obligaciones defensivas, con la atención al dibujo, con el aprovechamiento de los detalles, con la presión, con todo lo que remita al esfuerzo. Por razones desconocidas, Francia prefiere privilegiar ese modelo al brillante juego que desplegó en el segundo tiempo y en la prórroga. Italia es más que nada el fútbol de Gattuso, al que no conviene parodiar. Su figura cada vez es más importante. El Mundial ha privilegiado el gatusismo como eje del fútbol. No es culpa de este centrocampista laborioso, inteligente fuera del campo, abnegado y solidario dentro. Gattuso es esencial porque los entrenadores no pueden vivir sin jugadores como él. Mueren por los gatussos. Lo excepcional es el Barça y su escuela. Lo normal es Italia. Lo normal es la Francia del primer tiempo. Lejos de proponer una vía que coloque a Henry o Zidane en las condiciones favorables para aprovechar sus grandes condiciones, se les obliga a la proeza. Es una pena, porque Francia mejora mucho cuando su juego se establece alrededor de Zidane y Henry, cuando el equipo olvida su fatigoso estilo para alcanzar un vuelo que rara vez se permite.

La magnífica Francia del segundo tiempo no tuvo la misma respuesta en Italia. Todo lo contrario. Agradeció el generoso despliegue francés para instalarse en lo más profundo de su cultura defensiva. Italia se siente cómoda en ese papel de resistente que tanto desgasta a sus adversarios. El ataque desordena, y especialmente el ataque frecuente. Italia especula perfectamente con esa vieja ley del fútbol. Es la razón por la que suele vencer en los últimos minutos, cuando al equipo que ataca le invade la fatiga, el desorden y el punto de desesperación que caracteriza a los generosos. Los especuladores no se impacientan jamás. Cuando Francia se salió de sus rígidos márgenes para jugar con clase y velocidad, no hubo color. Sin embargo, siempre planeó la figura del contragolpe ganador. O sea, de la vieja Italia: un partido para aburrir y un minuto para ganar.

El encuentro se escapó a lo previsto por los méritos de Francia. No ocurrió cuando se encontró con su temprano gol. Zidane convirtió el lanzamiento de penalti en una obra maestra, por lo que hizo y a quién se lo hizo. Buffon es un porterazo. Intimida. Pero Zidane lo engañó con elegancia, sangre fría y una dosis de incertidumbre. La pelota golpeó la base del larguero, botó dentro de la portería y regresó al campo. El linier tuvo buen ojo. Era gol. Lo malo de ese gol es que sacó la cautelosa alma de un equipo que puede jugar muy bien. No es una sospecha. En el segundo tiempo arrolló a Italia con un fútbol de altísimo registro. Italia jugó a una cosa muy curiosa: a buscar el córner. Prefería llevar la pelota a una esquina y esperar la acostumbrada torpeza de Abidal. El lateral izquierdo francés ha estado superado por el torneo desde el primer encuentro. Concedió tres saques de esquina que estuvieron a punto de destruir a su equipo. Cada córner fue un drama para los franceses. Materazzi marcó el tanto del empate en un cabezazo. Toni estrelló otro contra el larguero. Los italianos vieron una mina y no se dedicaron a otra cosa. El típico peñazo que sólo justifican los ventajistas lectores de resultados.

Italia comenzó el partido con la habitual producción de Materazzi. Lanzó cuatro pelotazos desde su campo en los diez primeros minutos. Todos sin destino. Pero el pelotazo es todo lo contrario de la elaboración. No desordena. El entramado defensivo sigue en su sitio. Si todos los equipos hicieran lo mismo que Italia, el fútbol sería un pésimo partido de tenis entre dos materazzis. El hombre abandonó la catapulta porque Italia perdía y necesitaba algo más que pelotazos groseros. Encontró la solución en Abidal y su absurdo interés en conceder saques de esquina. Empató Materazzi, que para cabecear es alguien, y el partido derivó a una rutina donde Zidane sufría y Henry tenía que obrar un prodigio en cada incursión. Enfrente, Cannavaro volvió a confirmarse como el mejor defensa del Mundial junto a Thuram. Zambrotta tampoco ha estado lejos de la perfección. Y Buffon no cometió un fallo. En eso, Italia también fue muy italiana. El resto quedó reservado para un estupendo Gattuso. Pero un estupendo Gattuso significa lo que significa.

Resultó emocionante la majestuosa actuación de Zidane. Resultó detestable su vergonzosa agresión a Materazzi en los últimos instantes del partido. El viejo maestro fue víctima de los descontrolados accesos de ira que han caracterizado su carrera. La admiración que ha producido como jugador se ha visto manchada demasiadas veces por sus reacciones intempestivas. Hasta su infame cabezazo al central italiano, Zidane había sido el héroe del encuentro. Parecía en la cima de su carrera, y no en la noche de su despedida. Comenzó a tirar pases aquí y allá, todos los que su equipo necesitaba. Unos de descarga, otros de medio rango, algunos profundos, todos inteligentes. Un reloj con botas. Por delante, Henry amenazó en varias acciones al insuperable Cannavaro, que necesitó de todos sus recursos para sostener a la defensa italiana. Del ataque no hubo noticias. Ni de sus centrocampistas. Ni tan siquiera brilló Gattuso. Cuando Zidane decidió ser Zidane, Gattusso desapareció del mapa. A Italia, que estuvo varias veces al borde del gol de la derrota —Buffon hizo un milagro para desviar un cabezazo de Zidane, Ribéry no logró colocar la pelota en el rincón en un mano a mano con el portero—, sólo le sirvió la versión defensiva. Toda esa historia de los delanteros que entran para ganar el partido es un cuento. Entró toda la caballería de los Del Piero, Iaquinta y compañía pero no sirvió de nada. Italia no vio la pelota ni en el segundo tiempo, ni en la prórroga. Fue un gran monólogo de Francia.