miércoles, 31 de octubre de 2007

El alma del Espanyol

La última vez que el Real Murcia visitó Montjuic fue un día difícil para el Espanyol. Último partido de Liga. Temporada 2003/04. Aquel partido pudo cambiar la historia reciente del equipo catalán. Necesitaban ganar para no descender a Segunda. El Murcia hacía semanas que no se jugaba nada: ya estaba descendido. Durante 70 minutos el Espanyol rozó el infierno. Hasta que apareció el ídolo perico.

Tamudo salvó a su equipo de un destino cruel y de su futuro más inmediato. El descenso hubiese obligado al Espanyol a vender, no sólo al máximo goleador de toda su historia, sino también a su jugador más importante en 107 años de vida.

El chaval que un día no quiso el Barcelona lleva ahora más de 115 tantos en Primera. Sólo Raúl y Morientes, como jugadores en activo, han cantado más goles. Pero Tamudo tiene una ventaja sobre ellos: es el único que en las últimas ocho temporadas ha alcanzado o superado los diez goles.

Con 12 años fichó por el club que ahora sigue defendiendo y queriendo. En un deporte cada vez más mercenario como el fútbol, donde el dinero prima por encima de los sentimientos, pocos futbolistas se han sentido tan identificados con su equipo como Tamudo. En el 2000 el Glasgow Rangers, en busca de una estrella, le hizo la oferta de su vida, y entre lágrimas –literal– se marchó a negociar a Escocia. Finalmente no firmó porque se decía que sufría una lesión de rodilla. Luego, él siguió a lo suyo: haciendo grande al Espanyol. Y desoyendo ofertas: Sunderland, Villarreal, Atlético o el propio Barça (Rossell se lo quiso llevar en 2003).

Después de ser decisivo en las dos finales de Copa del Rey vencidas por el Espanyol (2000 y 2006), el año pasado contribuyó con sus goles europeos a llevar al equipo perico a la final de la Copa de la UEFA frente al Sevilla, que perdieron por penaltis.
Tamudo es un futbolista en vías de extinción. A simple vista parece un jugador frágil. Nada le distingue en especial. No es especialmente rápido, ni fuerte, ni excesivamente habilidoso. Su normalidad y su inteligencia son sus principales señas de identidad. Sus goles salvaron al Espanyol de más de un desastre, como el anotado frente al Murcia, y ayudaron a ganar títulos. Todo ello no le ha servido para que se le considere como uno de los mejores jugadores de la Liga, quizá por la normalidad que siempre ha presentado en su imagen y en su juego.

Toda su carrera ha sido un solitario ejercicio de astucia y precisión. A sus 30 años, el de Santa Coloma es un jugador casi único camino de convertirse en una leyenda para todo el españolismo.

lunes, 8 de octubre de 2007

El infortunio de Cúper

A nadie le extrañaría que Héctor Cúper hubiera nacido en Roma, Nápoles, Turín o Livorno, en cualquier ciudad de Italia. Pero no. Nació en Santa Fe, una ciudad del centro de Argentina, turística y de gente cálida. Y, sin embargo, a Cúper siempre se le ha distinguido una imagen seria, trabajadora, sobria, conservadora. Una imagen que posteriormente refleja en los equipos a los que entrena, que suelen ser un calco de sí mismos. Su sistema siempre se basa en un intenso trabajo, físico y táctico. La prioridad es defender. Arriba hay que ser lo más contundente posibles. Nada de filigranas.

Esa imagen, añadida a su fenomenal trabajo en Lanús, Mallorca y Valencia, le llevaron a entrenar, en 2001, a una de las sociedades futbolísticas más importantes del mundo: el Inter de Milán. Sin embargo, a pesar de su perfil italiano, la suerte siempre le ha dado la espalda en las grandes citas, en los momentos cumbre.

El mal fario de Cúper se remonta ya en su primera temporada como técnico. Hablamos de 1992. Entonces, colgó las botas en Huracán y pasó a ser su entrenador. En el último partido de Liga a Huracán le bastaba un empate para ser campeón. Pero perdió, y la afición se consoló con el segundo puesto. Luego se marcharía a Lanús, donde obtuvo su primer éxito internacional. Ganó la Copa Conmebol en 1996 –torneo equiparable a la UEFA en Europa–.

En Mallorca se fijaron en él y, en su primer año como preparador bermellón, metió al equipo en la final de la Copa del Rey, final que perdió frente al Barcelona. Pero ese subcampeonato le sirvió para disputar la Supercopa de España, que sí levantó, y la Recopa de Europa, en la que también perdió la final frente a la Lazio de Vieri y Nedved.

De ahí, al Valencia. Llegó a dos finales de la Copa de Europa. Primero frente al Madrid y después contra el Bayern. Se imaginan el resultado: ninguna ganó. Desde entonces, es inevitable asociar a Cúper con el infortunio.

Por eso no es de extrañar que Massimo Moratti se lo llevase al Inter, donde las desgracias se cuentan por miles, como la venta de Roberto Carlos al Madrid, o la de Pirlo al Milan al considerar que ninguno tenía mucho futuro.

En el Inter, Cúper se encontró con Ronaldo, con el que no se llevó precisamente bien. El brasileño llegó a declarar, ya en el Real Madrid, que Cúper casi termina con su carrera. “Dejé el Inter por su culpa y se lo dije en la cara. Conmigo estaba actuando de mala fe”, aclaró.

Ahora en el Betis, las cosas le van relativamente bien. Por lo menos ha conseguido estabilizar en los últimos partidos un conjunto que parecía destinado a la deriva, que salvó el descenso en la última jornada de la pasada temporada y que sigue echando de menos épocas pasadas más alegres.

Ayer, Cúper asistió a su habitual presencia con los medios antes de un partido. En un arrebato de sinceridad –en realidad siempre ha sido sincero–, dijo que “la primera premisa del fútbol es tener la portería a cero”. Por eso, y a pesar de su mala suerte, a nadie le extrañaría que Cúper, en vez de argentino, fuese italiano.


Publicado en El Faro el 7 de octubre de 2007.